MAYA GODED: “Plaza de la Soledad” (Spanish)

Plaza de la Soledad

By Josue Ramirez

¿Qué decir sobre el dolor, de la tristeza o la dureza plasmadas en estas fotografías de Maya Goded? Acaso decir “estética de la miseria” no es más que otro de los equívocos de nuestras maneras de nombrar el mundo, un error conceptual, una aberración designativa que evidencia nuestras limitaciones conjeturales y discursivas. Lo que muestran estas fotografías, va más allá de la experiencia estética, de la documentación incluso o de la imagen como centro de nuestra actualidad informática. Desde mi punto de vista, estas imágenes nos invitan a reflexionar, a repensar una realidad, a desmitificar una figura que no por estar presente desde el inicio de nuestras cambiantes culturas y civilizaciones, deja de ser ignorada y preenjuiciada al grado de aparecer más como personaje de ficción y no como lo que es: un ser humano que llevado por inercias sociales, culturales o políticas, se encuentra inmerso en condicionantes donde la violencia, la desesperación, en sí la incertidumbre, es el pan duro de cada día. Desde luego que hay en la vida de estas prostitutas momentos felices, instantes donde la carcajada es una chispa de vida contra la muerte. Pero qué decir de ello sino que el peso de lo que Maya Goded ha retratado es un recordatorio, una insistencia sensible y humanizante ante la aceleración de nuestra sociedad actual, que lleva todo al puerto del olvido. ¿De qué intentamos olvidarnos sino de nuestro dolor, ese que da la conciencia de estar vivo? Varias de las mujeres retratadas por Goded han muerto, o sea que estas fotos las honran, les dan en la memoria visual una presencia digna, aun cuando las veamos en situaciones poco agradables, difíciles; esos lugares que son las orillas a las que continúan sólo abismo y vértigo.

Lo que Goded ha hecho es profundo, entrañable y no por presentarse como la dureza de una realidad tremenda, deja de conmover, aun cuando lo primero que sucede es que la sensibilidad del espectador se cimbra. Libro hecho de testimonios, de fotografías narrativas de una intimidad en la que la sexualidad protagoniza las pequeñas miserias o las memorias grabadas en la desnudez fláccida de mujeres casi anónimas, Plaza de la Soledad es un acto de resistencia, hecho desde una óptica original y consciente del lugar que ocupa dentro de la tradición moderna de la fotografía mexicana. De Álvarez Bravo a Graciela Iturbide, de Héctor García y Nacho López a Elsa Medina y Francisco Mata Rosas –entre una bien nutrida, por diversa y contrastante, comunidad de fotógrafos–, la fotografía documental, el retrato y el fotorreportaje encuentran en México a grandes exponentes. Entre los miembros de esa comunidad, Maya Goded busca encuadres, perspectivas donde se evidencia la capacidad que tiene como fotógrafa para interactuar con el sujeto fotografiado. No es la mirada engañosa de los que buscan el mejor perfil, la pose que pretende centrar la naturaleza de la representación, que, no sobra decirlo, sólo exhibe el manierismo, el gesto amanerado del fotógrafo autocomplaciente. Goded forma parte de una tradición crítica de la realidad mexicana, porque en su obra confluyen la denuncia y la solidaridad, la inmediatez y la incógnita, la soledad sórdida presente en un cuarto de hotel barato y la cotidianidad vital de las sexo-servidoras que, sin lugar a dudas, han encontrado en la mirada de la joven fotógrafa un complemento comprensivo.

Hay en estas fotografías un grado cero de la imagen, porque lo que comunican no está en el terreno del discurso moral sino se centra en el sentido práctico de una actitud consistente, comprometida no con una postura determinada y determinante, como puede ser un programa social orquestado desde una institución pública o privada, sino que dicha actitud nace de forma directa de una necesidad interior por comunicar un conocimiento concreto, cuya concreción es la imagen, el sentido que adquiere ésta frente al espectador. Nadie puede negar la fuerza, la contundencia del decir fotográfico en la obra de Goded.

 

 

Desde Tierra negra, el trabajo que reúne su anterior libro, realizado en la costa chica entre Guerrero y Oaxaca, Maya Goded se ha interesado en la vida y por la existencia de personas y no personajes, de realidades y no de teorías antropológicas. Sus fotografías adquieren consistencia en el sentido más estricto del término, no sugieren ni divagan, son objetivas y consecuentes con el conocimiento que las anima. Porque, consciente del pasado de la fotografía, enterada de las diversas formas con las que se han expresado diferentes fotógrafos en el mundo entero, Goded es dueña de su instrumento y dueña de su oficio. Mucho hay que ver a través de su mirada, que por suya y solo suya, sabe imprimir en sus fotografías el carácter crítico de su espíritu. Hay también que distinguir, al ver sus fotografías, que Goded no aborda un tema, “las prostitución en el primer cuadro de la ciudad de México”, sino los rostros de una realidad negada por los medios, o magnificada por los espíritus débiles, que hacen de la grandilocuencia su bandera.

Dice en un poema Octavio Paz, “putas: pilares de la noche vana”, esa noche de picos pardos donde se pierden los dispersos. Pilares, es decir mujeres que sostienen lo insostenible: la noche vana. Pero no se trata de una banalidad, marcada por la frivolidad de la vida loca, sino de algo que de antemano está perdido. El disperso sabe, la mujer en la esquina en espera de ese cliente, también lo sabe. Sin embargo, ese saber no es un impedimento, acaso ni siquiera una complacencia. Tiene que ver con las cosas duras de la vida, de su duración, de su condición de instante que se suma a otro instante. En este sentido, lo que Goded logra es mostrar la naturaleza dialogante de la fotografía, al retratar al sujeto el fotógrafo habla con el otro. La experiencia de la otredad adquiere consistencia por la imagen y, la imagen, es la constatación de un diálogo sobre el sentido de lo vano.

Con esta exposición, Maya Goded puntualiza lo que sabe de la vida, el blues de su mirada, su conciencia de ser mujer en una sociedad que acusa a las mujeres e insiste en no reconocer que en ellas está el secreto de la armonía, de la libertad expresiva, de la levedad de la existencia. Pero que quede claro, no se trata de una porra al feminismo sino de reconocer en lo femenino, en la actitud de las mujeres, la hombría ausente en una sociedad machista. Por ello me imagino a Maya Goded sentada en una banca de la Plaza de la Soledad, una tarde en la que el sol rasante alarga las sombras y en sus ojos asoma la conciencia del peso de la historia, de un pasado presente en los tacones de una prostituta drogada que escupe sobre el asfalto los fragmentos de una canción como si fueran pétalos.

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